Durante gran parte del siglo XX, Kodak fue sinónimo de fotografía. No solo dominaba el mercado: definía cómo el mundo capturaba recuerdos. Desde cámaras hasta rollos, desde laboratorios hasta papel fotográfico, su ecosistema era prácticamente inquebrantable.
Por eso, cuando Kodak se declaró en bancarrota en 2012, la noticia sacudió a la industria tecnológica y empresarial. No se trataba de una empresa obsoleta ni de un actor menor. Era una corporación con décadas de liderazgo, recursos, talento e innovación.
Lo que pocos sabían entonces —y que hoy vuelve a analizarse con fuerza— es que Kodak había creado la tecnología que acabaría desplazándola.
La cámara digital nació dentro de Kodak
En 1975, un ingeniero de Kodak desarrolló el primer prototipo funcional de cámara digital. El dispositivo capturaba imágenes sin necesidad de película química y las almacenaba electrónicamente. Era rudimentario, pesado y lento, pero sentaba las bases de lo que hoy es la fotografía moderna.
La innovación fue presentada internamente. La empresa sabía que estaba ante algo disruptivo. Sin embargo, la reacción no fue entusiasmo, sino cautela.
La razón era simple:
la cámara digital amenazaba directamente el negocio principal de Kodak, basado en la venta recurrente de rollos, químicos y servicios de revelado.
Una decisión estratégica que marcaría el destino
En lugar de liderar la transición, Kodak optó por proteger su modelo existente. La tecnología digital se mantuvo en segundo plano durante años, mientras la empresa seguía apostando por el negocio químico que le había dado éxito.
En términos empresariales, Kodak tomó una decisión clásica pero peligrosa:
priorizar ingresos actuales por encima de la evolución del mercado.
Mientras tanto, otros actores comenzaron a desarrollar cámaras digitales más pequeñas, más rápidas y más accesibles. La tecnología avanzaba, los costos bajaban y el comportamiento del consumidor empezaba a cambiar.
El cambio del usuario fue más rápido que la empresa
A finales de los años noventa y principios de los 2000, la fotografía digital empezó a ganar terreno. La posibilidad de ver una imagen al instante, almacenarla sin costo adicional y compartirla rápidamente transformó las expectativas del usuario.
Kodak intentó reaccionar. Lanzó cámaras digitales, invirtió en sensores y desarrolló productos tecnológicos. Sin embargo, su estrategia seguía fragmentada y dependiente del pasado. No logró construir un ecosistema digital sólido ni posicionarse como referente en la nueva era.
Para cuando el mercado adoptó masivamente la fotografía digital —y más tarde la fotografía móvil— Kodak ya no tenía ventaja competitiva.
Un colapso anunciado
En 2012, Kodak se declaró en bancarrota.
La noticia fue interpretada como el cierre de una era.
El caso se convirtió rápidamente en material de estudio en escuelas de negocios y análisis estratégicos. No por falta de innovación, sino por incapacidad de transformar esa innovación en un nuevo modelo sostenible.
Kodak no falló en inventar.
Falló en decidir.
Por qué el caso Kodak vuelve a ser relevante hoy
En 2025, la historia de Kodak vuelve a aparecer con frecuencia en debates sobre inteligencia artificial, automatización y transformación digital. Muchas empresas actuales enfrentan dilemas similares:
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Tecnologías que amenazan su negocio principal
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Modelos rentables pero frágiles a largo plazo
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Miedo a canibalizar productos exitosos
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Cambios acelerados en el comportamiento del usuario
Kodak demuestra que el mayor riesgo no es innovar, sino no atreverse a cambiar a tiempo.
Una advertencia que sigue vigente
El mercado tecnológico actual se mueve más rápido que nunca. Las empresas que hoy lideran pueden quedar rezagadas si no entienden que el valor ya no está solo en la tecnología, sino en cómo se adapta el negocio al nuevo contexto.
Kodak tenía el conocimiento, los recursos y la innovación.
Lo que no tuvo fue la decisión estratégica para abandonar su pasado antes de que el mercado lo hiciera por ella.